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Cuando la calle rezuma ‘memento y salmo’, cierta desazón se adueña de mí acudiendo recuerdos que estremecieron mi alma de niño y me transformo cual licántropo. Mi semblante palidece y mi ánimo decae tan aceleradamente como un índice bursátil. Que se tranquilicen los fieles cofrades y todos los demás fieles, porque nada tiene que ver con creencias, aversión o fobias hacia un culto respetabilísimo, siendo además el verdadero. Aunque no los comparta, comprendo de verdad las ansias devotas que inundan las almas lugareñas ahítas de fervor religioso, sobretodo, después de estar todo un año preparando los cortejos. Pero no es culpa mía, de verdad.
Todo lo que me ocurre es fruto de un miedo cerval que germinó siendo niño y que ha permanecido indeleble a lo largo de los tiempos; no una justificación por mi comportamiento ni nada que se le parezca. Todo es más complicado y sucedió así…
En mi más tierna infancia, en los párvulos, debía tener cuatro o cinco años, a lo sumo, cuando la señorita, de la que estaba perdidamente enamorado, castigaba a alguien por el motivo que fuese —y en cuanto a mí se refiere seguro que no había ninguno— los enviaba al final de la clase cuya distancia desde los bancos poblados era considerable. Se trataba de una larga sala pétrea, fría y tenebrosa, que más bien parecía la antesala de los crematorios de Auschwitz, que hacía las veces de parvulario. Cuando recaía el castigo en mi persona, durante la travesía de aquel lóbrego túnel se adueñaba de mí un miedo atroz porque al final del mismo yacían un montón de imágenes en variopintas posturas con el espanto y el horror dibujados en sus rostros. Unos rostros que no apartaban de mí sus miradas huecas y que no eran más que las imágenes que, una vez recompuestas, las paseaban en santa y apostólica procesión para júbilo de la feligresía al llegar las estaciones penitenciales.
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Derecho de las personas mayores a una imagen real
En España más de 7,5 millones de personas mayores, casi un 17% de la población, están bajo el ámbito de influencia de los medios de comunicación. Tras la jubilación, el uso y consumo de la prensa, radio y televisión, aumenta. Sin embargo, su presencia en ellos es escasa, muy por debajo de lo que corresponde a su importancia numérica.
Cuando aparecen lo hacen con una imagen que no se ajusta a la realidad, que no refleja su pluralidad. Es como si echaran mano de una foto antigua que solo reconoce a una parte del colectivo. En consecuencia las personas mayores vienen reclamando su derecho a una imagen que refleje su realidad. Tienen mucho que decir y hacer. Nunca han dejado de aportar. Por ello la manera como se presentan en los medios de comunicación es fundamental para promover su autonomía personal y su independencia. Reflejar su heterogeneidad, su diversidad, su aportación social y económica, su satisfacción con su vida, contribuirá a estimular una buena imagen social en la que se reconozcan.
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