El aire húmedo del camino que bordea el arroyo hacia la estación, ¿por qué la habrían situado tan lejos?, le venía de perlas para su rinitis estacional. Pero no sólo por eso emprendería la caminata a lomos de él, sino por el deleite que la sola contemplación del paisaje le proporcionaba. El disfrute de la belleza es un bien intangible que no responde a parámetro objetivo alguno, de modo que el sentimiento provocado por una relación tan estrecha con aquel medio, había condicionado hasta su forma de vida. La mañana fresca y de incipiente luz, que no tardaría en tornarse intensa, invitaba a la reflexión, por lo que no le importó cubrir el camino a pié a pesar de la distancia.
Una brisa suave le acariciaba el rostro. Limpiaba su mente y la dejaba presta para acoger el alegato de actividad probatoria que expondría en la vista oral a la que se dirigía. Se presumía como la batalla final de un asunto ciertamente desmesurado. Se trataba de desmantelar jurídicamente lo que en otros tiempos ya lejanos habría bastado con sólo aplicar la razón.