VII. El desenlace

Lo que voy a contar ahora no puedo asegurar que sea exactamente así como sucedió, excepto en la parte que yo recuerdo por mí, pues el resto me fue narrado a retazos entre mi madre, mi padre y mis hermanos, testigos directos de todo ello.

Desde la mañana del domingo hasta la del jueves estuve inconsciente, me tomaron por rehén unas fiebres que me producían unas alucinaciones escalofriantes que, a su vez, provocaban la verborrea incoherente propia del estado febril. De ese lapsus de tiempo quedan en mi mente las pesadillas, dos principalmente. En una de ellas me veía a mí mismo, en perspectiva cenital, clavado de pie en mitad de una enorme y negra hez apestosa, en la que me hundía hasta la cintura y que me impedía, por lo pegajoso de su textura, escapar; mientras tanto un ejército de enormes moscas negras me sobrevolaban haciendo pasadas rasantes que me obligaban a inclinar la cara sobre la mierda en la que me hallaba atrapado. El sabor a excremento en mi boca era innegable y a cada poco alguien, supongo que mi madre, me sacaba medio cuerpo de la cama para vomitar en una cubeta de zinc que había colocado estratégicamente junto al lecho. Cuando este sueño nauseabundo cesaba daba paso a otro no menos frustrante, que consistía en que yo, liberado ya de la trampa de la deyección , corría en huida, pero no cesaban de salirme obstáculos al paso, bolas y piedras sobre todo, que me impedían la escapada. No eran grandes en origen, por lo que trataba de apartarlos, pero al contacto con mi mano se tornaban inmanejables por gigantismo y por adquirir una superficie brillante y resbaladiza. Si trataba de rodearlos encontraba otros nuevos que se comportaban igual. Estaba preso en una trampa virtual que tenía voluntad propia, que se activaba en función de mis acciones. Entonces…vuelta a la mierda y de nuevo a comenzar.