En la prehistoria la longevidad era considerada como un valor especial. Los brujos eran los ancianos de la tribu, depositarios del saber y transmisores de la memoria. El anciano se constituía en símbolo de supervivencia y, por lo tanto, dotado de gran admiración. La palabra anciano en la cultura egipcia, significaba sabiduría, siendo una de sus funciones la de educadores, guías y consejeros de los más jóvenes.
Sin embargo, para la sociedad griega que adoraba la belleza, la vejez no podía menos que significar una ofensa al espíritu. La vejez era considerada como un castigo. En el imperio romano el anciano fue un personaje muy considerado. Era el Pater Familia, que ostentaba gran poder en la familia y sobre los esclavos. Se confiaba el poder político a los hombres de edad avanzada.
En la “Alta Edad Media” los ancianos formaban parte del conjunto de los desvalidos y la vejez se convierte en un símbolo negativo La vejez en el cristianismo de la Edad Media es la imagen de la fealdad y la decrepitud que representa al pecado y sus rechazadas consecuencias. Sin embargo, la llegada a Europa de la peste negra en el siglo XIV que afecto especialmente a niños y adultos jóvenes, dio lugar a que el número de personas mayores tuviese un considerable incremento relativo lo que las convirtió, nuevamente, en patriarcas, recuperando posición social, política y económica. Durante el Renacimiento vuelve a aparecer la idea de la belleza de la cultura griega, lo que provocó el rechazo sin disimulo a la vejez El desprecio a la vejez se manifestó en las artes y en las letras. La creciente población de jóvenes, el uso de la imprenta y la sistematización de los registros parroquiales, provocan que los ancianos pierdan ese rol de ser la memoria viva de los grupos.