No me gusta hacer epitafios, es más no quiero hacerlos.
Cuando un autor, músico, cineasta, dibujante, guionista o persona que ha influido en mí cruza el “rubicón”, una parte de mí se va con ella.
Decirle adiós a Ray Bradbury (1920- ayer) es despedir a más que un autor Maestro de la Ciencia Ficción de los 50.
Bradbury fue un poeta, un poeta que se inició escribiendo en prosa historias de terror. Si en esa primera etapa estuvo muy influido por H.P.Lovecraft no perteneció a los discípulos del caballero de Providence.
Bradbury era un autor de relatos, de historias cortas, de pinceladas poéticas en las que nos avisaba de dónde estábamos y hacia dónde íbamos. Un autodidacta que consiguió estar junto a los mejores de la Narrativa Fantástica de todos los tiempos por sus historias sobre: la colonización de Marte, sus fábulas llenas de fantasía, su novela Fahrenheit 451- temperatura a la que el papel entra en ignición-, convertida en una excelente película de François Truffaut o sus historias sobre el hombre tatuado que nos permitía conocer lo que cada tatuaje decía.
Quizá haya sido el autor de Fantasía Científica más conocido por quienes nunca se asomaron al género, fue afortunado por gozar de una crítica favorable por parte de los que sólo han sido adictos al “mainstream” y la “literatura culta”.
Siempre recordaré el primer cuento de Bradbury que leí; se llamaba “El Paseante”, y me produjo una sensación de miedo por su inquietante realidad. “Un hombre camina tranquilamente por una gran avenida transitada sólo por automóviles a altas horas de la noche y es detenido e interrogado por unos policías ya que el hecho de pasear en la ciudad supone una poderosa razón para ser considerado sospechoso”.
En su libro de relatos “Memoria de Crímenes” hace una incursión en la novela criminal para contarnos historias duras, pero cargadas de poesía.