No ha sido fácil. En realidad ninguna pérdida  de las que la vida nos depara suele serlo. Pero toda transformación, la verdadera metamorfosis, exige una separación irreversible de todas las envolturas con que protegíamos esa falsa imagen  que, bajo título de YO, nos precede allí donde estemos o vayamos. Un yo  que, a partir de cierto momento de nuestra existencia, nos causa tal insatisfacción, que en algún caso llega a ser difícilmente soportable. Se impone entonces, urgente e ineludible por más tiempo, la necesidad de un nuevo ser. Un ser nuevo que pide ser conquistado y que nos promete, junto a él, otra vida, una vida como la que llevan todos esos a los que envidiamos porque tienen lo que nosotros, resignados, solo podemos seguir suspirando, pero conste, se trata de una “envidia sana”, puesto que en el fondo sentimos admiración porque a diferencia de nosotros, a ellos siempre les salen bien las cuentas, una envidia de superación podríamos decir.