El año que comienza lo preveo duro y exigente.
En medio de las tormentas, mantener el camino junto a la gente con la que convivo. Acompañar, de eso se trata.
Sabiendo hacia dónde te diriges. Aunque el trayecto sea esquivo, se nos esconda a veces, u ofrezca dificultades fuertes para seguir por él. Aunque se crucen otros proyectos mientras avanzamos y nos quieran llevar en direcciones divergentes.
Aunque las tentaciones sean maravillosas propuestas de facilitar la travesía.  Acompañar. Seguir construyendo. Procurar la unidad en lo posible. Compartir los éxitos, consolar en los fracasos. El sol sale, alumbra, calienta; las lluvias llegan, humedecen la tierra, producen llenas; el aire fresco en la noche, ardiente al mediodía. En verano goterones de sudor seco , en invierno pegajoso sudor húmedo. Es el trópico.
Y seguir caminando, caminando, caminando.  Así llegaron los antepasados, los primeros pobladores de este continente, de nuestras tierras lempeñas. Caminando. Algunos utilizaron cayucos o canoas por el océano inmenso, pero fueron pocos. Y se quedaron unos aquí, otros allí, los demás siguieron adelante. Un territorio inmenso para poblar, con abundante riqueza natural, como el paraíso, decían los cronistas de Indias,  para sobrevivir felices y con dignidad.
Hoy seguimos caminando. Las llenas o inundaciones en nuestro Bajo Lempa serán controladas antes o después. Es tarea nuestra, y de hijos y nietos y sus descendientes. La miseria, o extrema pobreza, que nos acecha en nuestro territorio aquí y allá, será erradicada. Lograremos que los/las jóvenes se identifiquen con esta trayectoria, pues está regada de sangre, sacrificios, dolor inmenso. Los que dividen, enfrentan, rompen, destruyen lazos sociales serán vencidos. Las sombras de la muerte comunitaria serán barridas por la luz de una energía cósmica creativa de comunión, de la que seremos portadores quienes seamos llevados por el Espíritu de Jesús.

Angel AQ,

Érase que se era (que en hora buena sea), en tiempos de los tatarabuelos maternos por parte de bisabuela paterna de quien -siendo biznieto carnal y primo her­mano de padres cojudos del que lo escuchó por primera vez- trascribió por señas manua­les este misterioso, antiquísimo y maravilloso relato:

Se apellidaba Cuchareta,como la bau­tizaron cuando recién oficiaba de re­nacuajo provisto de agallas efímeras, circunstancia que no le impidió, más adelante, autoapodarse Cúcha­res en recuerdo del célebre sapo torero del mismo apodo, muerto trágicamente despachurrado en el profundo foso taurino de la famosa charca de la Remembranza de Ranilla (ubicada a la sazón a cosa de una docena de saltos de rana, mal contados, de la orilla de sotavento del pantano del Regajo, en donde solía anfibiar a sus anchas desde su más tierna metamorfosis), muerto, repito, a cuernos de un bufo cor­nutus (sapo cornudo de la afamada sapería de los Sapiura) y sumido y enfangado -en medio de pomposas pompas fúnebres- bajo el lé­gamo del fondo de su querido, empero fatídico, foso saporino.

El funesto y trágico final de su ídolo no arredró, sin embargo, en lo más mínimo común múltiplo a Cuchareta, (a) Cúchares, que conti­nuó bregando como peón, sin desfallecer ni desmorir, por conseguir que le permitieran sapear una Saltada de sapillos (más conocida en­tre los bufómacos por Sapillada), aunque fuera sin áspides picadores, en la charca de la Remembranza.