Miguel Arnáu Marín |
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Reside actualmente en Valencia |
Nací en Puerto de Sagunto (Valencia) el año 1943. En el 57, reciente el desastre de la riada de la ciudad de Valencia, marché en un autobús de la ULC directamente desde la Estación del Norte (que curiosamente está en el sur) de la propia Valencia hasta la Universidad. Teodoro Álamo Gómez: Era muy buen chaval y recuerdo que contaba chistes muy buenos, con más gracia que la de los propios andaluces que nos rodeaban y así lo reconocían. Enrique Ares Ares: Era un gallego con mucho acento. Le gustaba soltar discursos en público con considerable audiencia. Buena labia. Se le ocurrían inventos, como a otros, chistes. Trabajaba en Valencia. Lo llamaban (según él mismo nos aseguraba) el Gurú del Grao (vivía en el Grao de Gandía). Estuve con él, hace treinta y tantos años, en una cena de antiguos alumnos en el restaurante “La Carreta”. Fue el centro de nuestra atención. Ya no supe nada más de él hasta que leí en la web el desgraciado suceso criminal que le causó la muerte. Pascual Biosca Tormo: Era una bellísima persona. Muy tímido. Recuerdo que cuando ya regresamos definitivamente a Valencia, algunos compañeros estuvimos con él en Onteniente (su pueblo natal) a ver la fiesta de “Moros y Cristianos” y nos enseñó una fábrica de mantas propiedad de su familia. Manuel Bou Alpera: Muy serio él y muy sensato, pero de conversación agradable. Ya no he sabido más. José Casado Crisóstomo: Lo traté muy poco, por circunstancias de estudios. Creo recordarlo un poco nerviosillo pero sano. No sé más. Francisco Iribarne Sánchez: Lo traté muy poco, pero era sanote. Andrés Más Francés: De mi pueblo. Vino a la ULC con su hermano. Los traté muy poco debido a los distintos estudios. José Luis Piquer Pérez: En la propia ULC teníamos mucho trato. Era muy deportista, baloncesto sobre todo. Cuando nos trasladaron a estudiar a Córdoba, ya casi no nos veíamos: vivíamos en residencias distintas y alejadas, y estudiábamos diferentes carreras. Hará treinta y cuatro años trabajamos juntos durante un año en Heval, una empresa de estructuras metálicas. Ya no lo volví a ver salvo en la cena de “La Carreta”. Su mujer, Conchita, era (y supongo que seguirá siéndolo) una cordobesa muy guapa y muy simpática. Carlos Alonso Alonso: No fue compañero sino educador dominico. Padre “Pincho” lo llamábamos, evidentemente por su corte de pelo al cepillo. Muy serio, adusto e inflexible (lo que tocaba), pero le tomábamos el pelo (o se lo dejaba tomar). Lo perdí de vista cuando regresé a casa. Batanero Barona, Ricardo: Santo Domingo de la Calzada (La Rioja). Vestía siempre pantalones vaqueros, que no se solían llevar por aquél entonces, y yo lo envidiaba por ello. Discutíamos a menudo, sorteando a quién le tocaba defender algo, y a quién, atacarlo. Becerril Lerones, José María: Palencia Bejarano López, Fernando: Almadén de la Plata (Sevilla) Belda Pérez, Vicente: Xàtiva (Valencia) Benet Climent, Adolfo: Alcántara de Júcar (Alcàntera del Xúquer - Valencia). Era alto y delgado, dibujaba excelentes caricaturas. Hacíamos muy buenas migas. Gracias a él empecé a aprender a hablar valenciano, nada menos que en Córdoba. No sabía electrónica y tuvo el valor de comprarse un kit de radio-transistor y montárselo él solo. Yo únicamente alcancé a montarme una radio de galena Benítez Borreguero, José Antonio: Peñarroya-Pueblonuevo (Córdoba). Éramos muy amigos y él a su vez lo era de José María Sánchez García, al que nombro más adelante. Formamos, junto con otros, la hermandad semi-secreta de “Los Buitres”. Aullábamos en las noches de luna llena (como suelen hacer los buitres leonados) desde la terraza más inaccesible de la residencia en donde vivíamos, al finalizar los aquelarres reglamentarios. Fuimos perseguidos por ello, pero no ardimos en la hoguera por falta de pruebas. La última vez lo vi en Madrid, ya casado él, en donde trabajaba, hará unos cuarenta años. Brisa Cerezo, Vicente: No lo encuentro en el listado alfabético. Era de Ribarroja del Turia (Valencia). Hace unos cuarenta años vivía en Madrid y se dedicaba a estudios de mercado. Tenía la costumbre de tomar apuntes abreviando las palabras para hacerlas más cortas, pero de una forma curiosa: para escribir “problemáticos” la abreviaba así: “prblmtcos “, lo que le hacía perder mucho tiempo escribiéndola de tal modo. No tenía importancia: luego todos los apuntes los pasaba a limpio, era muy aseado. Pero era muy majo el chaval y me apreciaba mucho, y yo también, y a su familia. Calvillo Madueño, Pedro: No lo encuentro en el listado alfabético, sí en la foto de parte de la primera promoción de Peritos Industriales (plan antiguo) tomada delante de la E.T.P.I. . Era de Córdoba. Hace treinta y tantos años trabajaba en Valencia en una fábrica de latas para refrescos. Lo vi la última vez en una cena de antiguos alumnos en el restaurante “La Carreta”. Lo apodábamos el “Continhensia” (con acento cordobés) por una correcta respuesta que dio a un profesor que ninguno supimos contestar: “contingencia”. Se trataba de que éramos “seres contingentes” y no lo sabíamos. Quienes trataban bastante con él eran Piquer y Ares, desgraciadamente fallecidos. Carrillo de Albornoz Morales, Agustín y Juan: Eran hermanos y de Jaén. Recuerdo que uno de los dos, haciendo gimnasia colgado de una escalera horizontal, se cayó y se rompió un brazo. Yo estaba presente y vi con horror cómo le asomaba astillado un hueso de ese brazo a través de la carne. Y no sangraba. Corrales Sáus, Raúl: Madrid. En la residencia de estudiantes, teníamos por costumbre dar conferencias semanales al resto de los compañeros y a los educadores sobre temas libres que podía decidir cada conferenciante. Un día hablé yo sobre el Evolucionismo de Darwin. Al finalizar la conferencia, Raúl me preguntó con guasa: “¿Quieres decir que nosotros descendemos de una sardina…?”. Y yo le respondí raudo: “Tú, no. Tú desciendes de una gamba”. Hubo su cachondeo. Eran bromas que nos gastábamos. Yo lo apodaba “Coco” por la característica forma de su cabeza, y él me bautizó “Ginés”, todavía no sé por qué. Y con “Ginés” me quedé. Fenollosa García, Vicente: La Vall d'Uixó (Castellón). Era un perfecto gimnasta. Recuerdo que lo admiraba saltando en el potro y el plinto, cosa que a mí me resultaba imposible hacer. Buenísima persona y muy tratable, sin presumir de atlético. Fernández de Córdoba Márquez, Gonzalo: Cordobés de tronío y mejor labia, como su propio nombre indica, pero con un acento andaluz que no se correspondía con el de la ciudad: todas las “s” las pronunciaba “c”, excepto las de final de palabra, que se las comía. Decía que era descendiente del Gran Capitán, y yo me lo creo. De verdad. Organizaba él solo las cabalgatas anuales de estudiantes, de Santo Tomás de Aquino, sacando perras de debajo de las piedras para montar la carroza de nuestro curso. Digno descendiente. García Popa, Fernando: Vigo (Pontevedra). (He contactado con él). Guevara Méndez, Antonio: Lorca (Murcia). Recuerdo sus andares firmes y pasos largos, con sus botas de tacón cubano que agujereaban cielos rasos. Lo acabo de ver en la web, en un trabajo titulado “Autoestima”. Jubilado, como Dios manda, y muy bien conservado. Iriarte González, Ángel: No lo encuentro en el listado alfabético pero sí en las fotos de grupos. López Escudero, Laudelino: Amusguillo de Esgueva (Valladolid) López Rodríguez, Rafael: Vivía en una casa con patio cordobés y entrada por la antigua muralla de la Axerquía, en la calle Alfaro, justo en donde su abuelo, simpatiquísimo, tenía un taller de fabricación de guitarras de alta gama, que solía exportar a Estados Unidos. Losada Nieto, Jesús: No lo encuentro en el listado alfabético pero sí en las fotos de grupos. Mancho Ramil, Francisco Javier: Madrid. Leí hace tiempo algo que él envió a la web, pero no consigo recordarlo. Más Francés Vicente: Puerto de Sagunto (Valencia) Morata Fernández, Luis: Purchena (Almería) Naqui Coma, Antonio: No lo encuentro en el listado alfabético pero sale en las fotos de baloncestistas que envió Ramírez Guíu. Era de Mollet del Vallés. Muy alto y muy serio, y en principio poco comunicativo, pero cuando lo tratabas, daba gusto hablar con él. Era muy inteligente. Pastor Moreno, Arturo: No lo encuentro en el listado alfabético pero sí en las fotos de grupos. Ramírez Guíu, Benito F. Tenía madera de líder y una mirada que taladraba. Dominaba la “r” francesa. Lo traté poco por cuestión de estudios. Rodríguez Álvarez, Juan Antonio.- Acostumbrábamos a jugar a fútbol 2x2 en el campo de tierra sin batir de la Residencia. No había manera de quitarle el balón. Se hacía una estatua y parecía que bailaba el chotís con el esférico, moviendo una sola pierna. Ruiz Crivillé, Antonio: La Carolina (Jaén). (He contactado con él). Sagredo Sáez, Carmelo: No lo encuentro en el listado alfabético pero sí en las fotos de grupos. Salvador Tur, José Ignacio: Almería Sánchez García, José María: No lo he hallado en el listado alfabético y me ha parecido verlo en una foto de grupo que ahora no encuentro. Amigo de José Antonio Benítez Borreguero y, por extensión, mío. Le gustaba escribir. Mucho. Y le dijo a su padre que quería ser periodista. Su padre le contestó que a partir de ese momento tenía que escribir un artículo diario durante un mes, y que luego hablarían. Recuerdo un muy bello cuento que escribió José María, cuyo título no consigo recordar, se trataba de la lucha entre el fuego y el agua en los inicios de la Tierra (rememorando unas escenas de “Fantasía”, de Disney, con música de “La Consagración de la Primavera”, de Strawinsky); cuento que luego representamos en público, a manera de lectura, con montaje musical de un servidor, basado en “La Consagración de la Primavera”, naturalmente. Simarro de la Varga, Juan José: Madrid. Lo recuerdo con su carita redonda, mientras me reprochaba que yo llorara al haber recibido un golpe en una nocturna lucha de almohadas. Lo que no sabía él es que la aviesa almohada ocultaba una percha de madera con la que me habían atizado un leñazo de órdago en toda la crisma. Acabo de ver una felicitación navideña enviada por Juan José. Hasta aquí he podido llegar. Sanz de Lara Gómez, Francisco: Matemáticas. Un profesor excelente con una inteligencia privilegiada. Cuando me preguntaba sobre un problema geométrico, ni me proporcionaba una tiza, ni me sacaba a la pizarra. Tenía que responderle de palabra, sin aspavientos.
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