Tuve de director, en el colegio Luis de Góngora, al padre Pirallo, y guardo todavía un recuerdo imborrable de su impronta personal, o algunas anécdotas escritas en relatos que aún no han visto la luz, y revelan una apasionante personalidad.
La oportunidad de conversar algunas horas en los últimos años, y sin prisas, con el padre Pirallo, amplió mi visión permitiéndome descubrir en él un insondable pozo de experiencia, ironía, inteligente humor, orgullo intelectual y conciencia abierta a la realidad. Creció entonces mi admiración por su naturalidad y su hombría, por su talla de corte humanista, que hacía de él un ser tolerante y abierto, y que por sus valores universales era capaz de sintonizar con cualquier sensibilidad orientada por el sentido común.
Para Santiago Pirallo Prieto, el “hasta siempre” de un admirador laico y profano, porque permanecerá en nuestra memoria como un hombre de bien.
Mariano Martín |