Fray Carlos Alonso Alonso O.P.
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Semblanza de Manuel Estévez Recio:

En la página Web, he podido ver la exquisita semblanza que ha hecho el compañero Hortigüela, cosa que me alegra profundamente pues soy de la opinión que no debe existir ningún compañero fallecido sin su “curriculum”.

A primeros de año (2008), el compañero Mena Simón, ya me indicó algo sobre la muerte del padre Carlos en Álava. Quizás al no conocer la fecha con exactitud, me impidió ocuparme un poco de este padre dominico.

En el Colegio San Alberto y por aquellos tiempos todo el mundo le teníamos un “recelo” muy grande a “Pelo pincho”, (como simpáticamente le llamábamos). No cabe duda, de que la severidad de su rostro, el pelo y su parquedad en el hablar, justificaba nuestro “recelo”.

Todos considerábamos al padre Carlos como un “segundón” en el San Alberto, algo parecido a lo que pensábamos del padre Irulegui en el Gran Capitán.

Afortunadamente tuve la “desgracia” de comprobar que este fraile me tenía totalmente engañado, menciono la desgracia, porque fue con motivo de la muerte de mi padre como ocurrió todo.
El día 5 de abril de 1961, estábamos en clase de dibujo en las aulas de los Talleres Generales, exactamente nos hallábamos encima del botiquín de aquel simpático ATS de Alcolea, el de la moto y la “pata tiesa”.

El Sr. Arroyo se afanaba en pintar con sus cuerdas de siempre, una mordaza “entenalla”, y cuando todavía no la había terminado, vimos que se abrió la puerta del aula y entró el padre Carlos. Entró serio como siempre era él, y se dirigió brevemente al profesor, para de inmediato acercarse a mi diciéndome: -Recoge tus cosas y ven conmigo hacia la puerta-  Yo temí algo de lo que pasaba, y efectivamente, echándome el brazo por el hombro me dijo: Ha fallecido tu padre de repente. He dispuesto todo lo necesario para que te lleve el coche de Serranito cuanto antes a Córdoba.

Recuerdo que al entierro asistió el padre Carlos, el padre Espinel y  un par de profesores de taller, además de bastantes compañeros.

A los dos días de todo aquello, volví por el Colegio y me incorporé a mi vida normal, pero noté que algo había cambiado en mi relación con el padre Carlos. El pasó a ser para mi un referente de amistad, de consejero, además de educador. Pude comprobar que debajo de aquella aparente severidad, se encontraba un corazón muy grande. Hablábamos con mucha frecuencia.
Fue varias veces a mi casa y pudo ver el panorama de la misma,  tras la muerte de mi padre con apenas 50 años..

Con motivo de la visita de Franco a la Universidad Laboral, en mayo del 1961, me surgió un problema con el padre Simón. A todos los alumnos nos dieron un “Niky” de color verde a modo de uniforme, para la recepción del Jefe del Estado en el patio central, y yo me presenté ese día con un “Niky” de color negro, como correspondía al luto por la muerte de mi padre. El padre Simón se empecinó en decir que me tenía que poner el “uniforme”, y yo, cosa de aquellos tiempos, le dije que no, que tenía luto, y que mi madre no quería que me pusiera nada de color verde. Gracias a la intervención del padre Carlos, la cosa quedó zanjada, y por ello pude presenciar dicho acto desde la puerta del Colegio, acompañado precisamente por el padre Carlos y alguien que posiblemente era un agente de seguridad de paisano.

Estaban todos los alumnos formados en el patio central a la espera del Jefe del Estado, cuando los que estábamos en el pasillo, vimos venir desde el Paraninfo la comitiva de autoridades en dirección al balcón de honores del patio central. Al pasar junto al padre Carlos el antiguo Jefe del Estado, le dio la mano saludándole efusivamente  Pudimos ver los dos como a Franco lo llevaban como en volandas, con la frase de: -Excelencia, vamos mal de tiempo…- De esta forma le impidieron visitar el interior del Colegio, que al parecer era su intención.

El padre Carlos se percató de esta situación y me dijo: -Creemos que mandan estas personas, pero quien realmente manda son su entorno, los que le rodean-.  

Terminado el curso me despedí de él y me dijo que se llegaría por mi casa antes de marcharse de vacaciones a su Cantabria natal. Efectivamente, de camino que iba al Convento de San Agustín, se llegó a mi casa acompañado con el padre Ramón Madrid, y ambos pudieron ver la “realidad” de mi casa. Una viuda y cinco hijos, el mayor con 24 años. Recuerdo que dejó encima de la mesa 50 pesetas.

A finales del 61, el padre Carlos me llamó al despacho de dirección y me dijo:
 -Hay una oportunidad de trabajo para ti y de esa forma solucionar un poco tu problema. -Las Mutualidades han llegado a un acuerdo con dos empresas de Madrid, para que un grupo de alumnos puedan entrar en su plantilla, después de realizar un curso previo de  Utillaje en la Universidad de Sevilla-.

Diego Parejo Polo

El me apuntó a aquel curso y en el coincidí con otros queridos compañeros como: Diego Maria Parejo Polo, Primitivo Terrón Montero, Eulogio López Álvarez, Rafael Rodríguez Rivas…etc. etc.
En el 1966, quedé con él en Córdoba y acudí a la Plaza de Colón a esperarlo. Llegó en el coche particular del Sr. García, Nada más bajar me dijo: -Siempre que vengo a esta Plaza de Colón me acuerdo de que en el Convento de San Esteban, en donde me hice fraile, se entrevistó el descubridor de América con autoridades de la Universidad de Salamanca para discutir las posibilidades de su previsto viaje a las Indias.  

El padre Carlos se dirigía a Santa Marina a dar unas conferencias cuaresmales en sustitución del padre Riera que era muy habitual en aquella parroquia todos los años. De camino a dicha Iglesia, pasamos inevitablemente por el monumento a Manolete y me dijo:

-Parece que fue ayer cuando ingresé en el noviciado de Salamanca allá por el año 1947, un mes después de que hubiera muerto este torero. Todavía recuerdo el golpe que aquella noticia supuso para la ciudad de Salamanca, incluso al convento llegaron aquellos ecos, no en balde en aquella ciudad había mucha afición por el mundo del toro.-

En ese mismo año y pasada la cuaresma vino el mes de mayo y sus fiestas, las cruces y los patios. D. Rafael Espejo Jiménez, profesor de taller, a petición mía invitó al padre Carlos a la fiesta anual de su Peña, pero se dio la circunstancia de que el citado profesor tenía una buena relación personal con el padre Riera, por lo que coincidieron los dos frailes en dicho acto festivo.

Allí coincidimos los tres en medio de aquel ambiente de flores, de cante, de poesía, de cultura y tapeo, regado todo con lágrimas de Montilla y Moriles…Tanto el padre Riera como el padre Carlos, lo pasaron del “10”, como ellos dijeron. Al final y desde la misma peña, le facilitaron un taxi que les llevó a la Universidad de vuelta.

El padre Riera volvió al año siguiente a dicha fiesta, pero el padre Carlos ya no lo volví a verpersonalmente.

El teléfono fue testigo de que nos llamamos bastantes veces, pero en aquella época no había móviles y era muy difícil de coincidir. Luego ya perdimos el contacto y solo coincidimos un par de veces al teléfono. El trabajo y lo problemas laborales de los años setenta, rompieron todo contacto, cosa que lamenté profundamente.

Yo tengo recuerdos de gratitud sincera, hacia un fraile que toda su vida la dedicó al servicio de su comunidad, de la juventud, y al servicio de la sociedad, cumpliendo la promesa que un día le hizo a su amada madre.

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Enviado por Teodoro Hortigüela Manzano (+):