La noche elegida para la visita indecente al cementerio había sido la madrugada del segundo domingo de octubre. Durante los días previos no habíamos vuelto a encontrarnos, ya que mi negativa a participar en este tramo de la aventura los había enojado bastante; temía que me retirasen la palabra para una temporada, no para siempre, pero para unos meses…seguramente. No me preocupaba demasiado que hiciesen la farsa de aislarme, no sería la primera vez tampoco, siempre que yo intentaba poner algo de cordura en los devaneos que preparaban adoptaban una postura defensiva en contra de mí. No obstante, yo estaba un tanto inquieto, incómodo, no quería que el cero indudable que le iba a caer al “Rorro” en el examen me lo achacase a mí de por vida; pero es que había algo que me había herido profundamente: habían puesto en duda mi valentía. Aunque me asustaba mucho la empresa, decidí demostrarles de qué material tenaz estaba hecho yo.

Durante el tiempo de reflexión, el que mediaría hasta que llegase la hora, me dediqué a fabricar un abecedario con letras góticas, una cosa delicada; por supuesto un “Si” y un “No” con igual caligrafía y los números del cero al nueve. Todo ello finamente rotulado sobre trozos recortados de cartón de cajas de zapato, que pude averiguar, en rectángulos de tres por dos centímetros aproximadamente. Imaginé que estando ya en los principios otoñales, podría plantearse una noche ciertamente ventosa y si los grafemas hubieran sido plasmados en un papel normal, podrían salir volando a la más ligera brisa.