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Ó la historia de cincuenta y dos luníadas.
(Escritos anónimos desde la cara oculta)
De la mano de un nuevo año, nace un proyecto concebido para respirar. Jugaremos en este hueco con los símbolos y la cábala, donde ordenaremos musicalente las palabras que, con frecuencia, tendrán aspecto de espirales. Serán cincuenta y dos entregas, todos los lunes del año, escritas bajo la luz de la luna. Llevarán otras tantas fotografías. Cada mes, un viaje diferente. Un recuerdo distinto. Lo demás irá naciendo de los diversos estados de ánimo o de los ojos con que la vida permita ser curioseada.
Los ojos del sueño
Era tarde cuando la niña de ojos claros paseó sus bolsillos de mariposas por el bosque encantado.
La luz recortaba unas penumbras oblicuas en las sombras de la tierra, remedos de aquelarres idos.
La niña puso sus ojos en cada uno de los horizontes verticales que la rodeaban.
Ojos circulares y claros, de niña con mariposas en el bolsillo del bosque de Oma.
Los azules se tornaban grises mientras los violetas caminaban hacia el centro del universo.
La niña con ojos de bosque y mariposas encantadas, vació sus bolsillos de colores en el adiós de la atardecida, y los trece árboles sagrados sonrieron de espaldas.
Faltaban letras en el alfabeto de los símbolos y el mes de julio prestó sus pinares a la imaginación de una niña, risa toda, para que colorease el aire con sus recortes de papel.
El bosque se pobló de ojos y la música silbada fue saltando de rama en rama, hasta posarse en el anverso de unas manos delicadas, de niña de ojos grandes y claros, puestas en cruz, como veleta de plata en un alféizar descarnado.
Girando en el mismo lugar donde la luna se adentraba por las noches y con el silencio roto tras el graznido de un cuervo, cercana ya la calma plana de la aurora, la niña cabalgó sobre su propio haz de luz, crines del alba, allá a lo lejos, mientras el pisar desnudo sobre las primeras gotas de rocío, le hizo resbalar hacia el interior de un sueño.
Y bajó por espirales interminables de jacarandas, en rizos continuos de su pelo, hasta despertar sobre decenas de imaginarios centauros de papel. Y abrió sus ojos, grandes y claros, desde el pretil de su cama.
Encendió la luz.
El reloj marcaba cualquier hora puesta del revés en la madrugada. Sonriéndole a las sombras, arrebujaría su cuerpo entre sábanas de cristal.
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Víctor Manuel es uno de los nombres fundamentales de una generación de cantautores que alumbraron lo mejor de su obra, salpicados por el agua ─más o menos turbia─ de ese río revuelto en el que acabó convirtiéndose la “transición española”. Aunque siempre me ha parecido mejor compositor que cantante, no seré yo quien le discuta la vocación de ponerle voz propia a sus emociones. Me consta que empezó en esto de la música casi a la misma edad en que lo había hecho Joselito, diez años antes, y en el mismo género de aquella canción española masculina donde reinaba sin discusión la prodigiosa voz de Antonio Molina.
A Víctor Manuel le escuché en directo por primera vez en las Fiestas de Begoña en Gijón, en Agosto de 1970, durante un recital que dio en los ya desaparecidos Jardines del Piles, frente a la Playa de San Lorenzo. Allí estrenó la canción María Coraje, dedicada a esa mujer asturiana universal, paridora de mineros con la marca de la muerte grabada en la frente desde su nacimiento. Después le he visto muchas veces en conciertos e, incluso, coincidimos en alguna que otra reunión, antaño, cuando ambos militábamos en la misma Agrupación de Arte y Cultura de un partido de izquierdas del que apenas quedan ya los escombros. Sigo pensando que es de justicia reconocerle a Víctor Manuel el mérito de habernos dejado una docena de obras maestras de la canción de autor en la España del último tercio del siglo XX. Desde El cura de aldea y El tren de madera hasta El cobarde y La planta 14, pasando por El abuelo Víctor, La madre y Luna, su trayectoria artística me parece ejemplar. Que compusiera y grabara, antes de ser veinteañero, una elegía al general Franco con el título de Ese hombre puede que añada morbo al juego de las contradicciones personales y al famoso “todos tenemos un pasado” pero que levante la mano quien se atreva a tirar la primera piedra en este sentido. Nada de aquello invalida su enorme mérito artístico. De la misma manera, el hecho de que haya compuesto tres o cuatro de las mejores canciones de amor que conozco ─Quiero abrazarte tanto, Sólo pienso en ti, Ay, amor y No sé por qué te quiero─ tampocole libra de cierta responsabilidad ética por sus torpes apoyos al pensamiento único de las recientes izquierdas españolas ─tan radicales en la forma como reaccionarias en el fondo─ o por su simpatía con algunos de los miembros más significados de lacorrupta cúpula directiva de la SGAE, recientemente caída en desgracia judicial.
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ENVIADO POR VOSOTROS |
Video de mi paso por la UNI desde 1969 a 1972 |
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Sábado 07-01-2012. 21:04 |
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LA CITA |
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" Lo que sabemos es una gota de agua;
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Duo Maintenat |
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Broma de la cuchara |
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Una imagen vale más
que mil palabras |
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