Antonio Bravo Céliz (1974-1977) desde Alguazas (Murcia):
FELIZ NAVIDAD, mis conlaborales
Yo, no sé porqué, cuando vienen estos días de Navidad, me llegan, con la frescura de una nueva madrugada y anudados con el lazo blanco de la escarcha, mis días de infancia como un presente imperecedero, días de asombros, un borbotón incesante y primer abrevadero de la memoria.
Navidad e infancia son tiempos entrañables y cada uno en su plano son constitutivos de las entrañas del ser, el primer cuajo de un destino.
Cuando en días de laboral se aproximaba la Navidad, uno advertía que iba tomando asiento en él una íntima emoción, un ligero deasasosiego, una cierta inquietud, la clara impaciencia surgiendo al calor de ensoñaciones en las que uno habría hecho la maleta y se habría precipitado en el tren, compañero de viaje a casa para no perderse los preparativos.
Porque la Navidad se prepara, se cuida, exige buena voluntad y requiere amor por la vida naciente, como una infancia encontrada. Algo de esto viví en casa de mis padres y en tantas otras donde, poco a poco, ese aire particular que guarda cada casa se iba transformando en una atmósfera común.
Aquellos días previos a la Navidad, tres portales más allá del mío, el horno del Rojo cocía sin tregua la doméstica y laboriosa repostería de todos los años y lo mismo sucedía en la tahona del Panza y en la de Frasquita. Y el pueblo se cubría de aromas que eran canelas, rayaduras de limón o naranja, el olor de las almendras y los piñones tostados, miel y cabello de ángel. Viendo y mirando entendieron mis ojos que todo lo que se preparaba en casa y en tantas otras era para DAR.
Recuerdo el día de matanza, en torno a la Inmaculada Concepción. Se comenzaba por avisar a familiares, allegados y amigos para que se pasasen “a tomar un bocado”. Al final del día, mi padre me mandaba llevar “un arreglo” a los que no habían acudido.
Después, uno o dos días antes de la noche Buena, se procedía con el cordero. Esta vez, el “arreglo” era de más modesto y corto alcance.
Luego, entre el “primer día de Pascua” (que se decía)y año Nuevo, los amigos nos organizábamos para pasar todos por la casa de cada uno.
Recuerdo que mi madre reservaba, lista para servir, una fuente bellísima con la que agasajaba a las visitas que pasaban a pegar la hebra y felicitar la Navidad. Y este “felice” me parece a mí estar en Navidad y en la infancia.
Tal vez por esto, solo tal vez, cuando vienen a mí estos días navideños, no vienen solos. Me llegan teñidos de “días azules y sol de infancia”; aquella infancia con aromas de felicidad.
A vosotros, ¿No os pasa otro tanto?
Antonio Bravo Céliz.