Vicente Romero Ruíz
 
 
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A Mis Amigos 

No, si no  es que estemos muy  mayores.

Aunque andemos más cerca de los 50 que de los 40, nuestro espíritu es más de un jovenzuelo cargado de proyectos e ilusiones que el de un abuelito Cebolleta.

Además, a muchos tampoco se nos puede decir eso de que “andamos peinando canas”, aunque no sea más que por la sencilla razón de que  casi no tenemos qué peinar. Ejem.

Al ¿cómo andas?  respondo “no estoy mal … para los años que tengo”. Además, me ha servido de cierto consuelo ver que los que estuvimos en las celebraciones de La Laboral (“la nunca bien ponderada”, diría el amigo Palomares) desde el 75 al 79 éramos casi los chavales de la reunión, por supuesto, sin desmerecer a nadie, claro está.

Indudablemente, esta reunión ha sido algo sublime,  de lo más emocionante que me ha ocurrido en mucho tiempo. Sólo pude acudir el sábado, pero eso sí, desde las 9 de la mañana que estaba allí con mi mujer, antes que el portero, hasta después de las 12 de la noche, en que no tuvimos más remedio que dejar a los viejos camaradas y volvernos a dormir a Jaén.

No se si a los demás os pasará esto también, pero cada vez encuentra uno menos cosas que te puedan suponer una alegría profunda, sentida, sincera, duradera. De esas alegrías que te tienen nervioso como un niño, como sintiendo cosquillas en el estómago desde unos días antes de que ocurra el hecho hasta varios días después. ¿Os acordáis cuando erais chicos y vuestro padre os decía que ibais a ir de viaje a una ciudad desconocida y lejana y esa noche no podíais reconciliar el sueño, de la emoción? Pues algo así me ha pasado a mí con esta reunión.

Desde algunos días o semanas antes, comenzó a sonar el teléfono y al cogerlo, voces lejanísimamente familiares, aún grabadas en los rincones más olvidados del desván de la memoria infiel, preguntaban ¿es casa de Vicente? … sí … ¿Vicente Romero Ruiz” … si, si, dígame … Hola, soy XXXXXXXX. Y al otro lado del teléfono te encontrabas, de buenas a primeras, con un amigo del que no sabias desde hace  millones de años, y el estómago te da como un vuelco y te quedas casi sin palabras. Al final de unas conversaciones larguísimas, rápidas y nerviosas en las que parece que intentas hablar de todo y recuperar el tiempo perdido durante tantos años, te acaba dando señas de algún otro colega, lo llamas, y de nuevo otro vuelco de estómago, pero esta vez le ha tocado “el perder” al otro, quiero decir que al menos tú sabías a quien llamabas, pero  percibes por el auricular la misma sensación de sorpresa y de cortedad inicial que tú sentiste cuando te llamaron y que de inmediato pasa a ser una familiaridad sincera y fiel de años, casi como si no hubiese pasado el tiempo.

La verdad es que aunque la apariencia física puede cambiar hasta que no reconozcas a una persona (el pelo, maldito pelo), me da la sensación de que el tono de voz es lo último que cambia, o mejor dicho, no cambia nunca. ¿No te parece?. A mi me ha sucedido que, en la reunión, alguien me ha llamado por mi nombre y no lo conocía de cara, pero su voz seguía siendo inconfundible.

Menos mal que aunque la vista me engañaba, el oído seguía atento y fiel a los detalles. Lo mismo me van haciendo falta unas gafas.

Ya llevaba tiempo yo sin un día tan bueno, tan profundamente divertido y entretenido, con tantos amigos con los que departir y con infinidad de detalles que contar.

Para mi sorpresa me entero de que tengo un amigo que es un prestigioso investigador en el campo de la biología, otro que es profesor de universidad, otro que construye puentes, otro que cría truchas, otros que son funcionarios,  etc.

Qué profunda alegría siento cuando me cuentan su vida, que tienen hijos, donde viven, que les va bien. Qué sentimiento de solidaridad tan sincero y sentido aflora cuando me cuentan alguna pena.

Tiempo miserable; vuelan las horas. Bonito paseo matutino por los jardines de La Laboral, emotiva misa, nerviosa e impaciente espera de los amigos, alegres recibimientos y saludos, muchísimas fotos… ansia de fotos, infinitas conversaciones, historias inacabables, comida tumultuosa, tranquilo paseo por el aulario y talleres, viejo kiosco con olor a bocadillo de calamares, Córdoba la vieja, cervezas con los amigos, Plaza de la Corredera y de las Tendillas, cena íntima, estupendas copas, sabrosísimas conversaciones …  ¿Se le puede pedir más a un día? ¿Puede ser más intenso y más emocionante?

Si tú, amigo que lees estas letras has estado en la reunión, creo que no te cuento nada nuevo. Si, en cambio, has cometido el gravísimo error (es broma) de no acudir a la cita, tienes motivo para arrepentirte durante mucho tiempo (en serio). Ha sido uno de días más brillantes de los que figuran en las últimas páginas de mi calendario.

Amigo Juan Antonio, no tenemos los demás con qué pagarte el esfuerzo que te debe suponer la creación y mantenimiento del sitio Web de la Laboral, pues seguro que le has echado y estás echando infinitas horas que habrás robado a tu familia, a tus aficiones, a tu tiempo libre.

Gracias, amigo, por tu tiempo y por tener la fabulosa idea, tú y los demás que han ayudado,  de organizar un homenaje a nuestra Laboral, “La Laboral de Córdoba”, la casa que nos ha dado cobijo durante algunos de los años más importantes y atribulados de las personas y que, como mínimo, tan buenos camaradas y amigos nos ha dejado como imborrable legado.

Gracias a todos los que asististeis, porque hasta ahora no había reparado en el grupo tan fabuloso que formamos; por la emoción de ver a tanta gente compartiendo una ilusión y un día maravilloso;  por acudir a dar calor a nuestra vieja Laboral que, aunque ha pasado por duros momentos, ahora está guapísima y echa una “reina”; porque seguro que no faltareis a la próxima convocatoria.

Como ahora se dice, “nos vemos”. 

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