Pregón de Antonio Campos Carrasco con motivo del Carnaval 2008 en el año de su jubilación como Tesorero del Ayuntamiento de Berja (Almería)
 

CARNAVAL BERJA 2008

Me encargan pregonar y además pregonar el Carnaval. Una pedrá en ojo de boticario para alguien que, como yo, es devoto de esta fiesta desde que se recuerda con uso de razón, que la ha ejercitado por fuera y por dentro, que le ha puesto disfraz, música y, sobre todo, corazón. Por propia experiencia, yo -que he sido Kunta Kinte, Chino,  Colón,  Caperucita, Conejita Play Boy, Marioneta, Músico, Reina de España, Matador de Toros, Pingüino y hasta Madame de Burdel- sé, pues, muy bien lo que es y significa Carnaval. Pero también sé que las cosas que se sienten son difíciles de explicar y por ello he recurrido al Diccionario para ver como lo hace y me encuentro con que Carnaval es: “Carnestolendas, los tres días que preceden al miércoles de ceniza”

Pero ¿esto es?, ¿Tan poco? Con todo mi respeto a lo académico ya hace falta tener capacidad de resumir a tres o cuatro palabras todo un mundo, el mundo inmenso del Carnaval, viejo como la noche de los tiempos en que se formó y a la vez moderno, actual y vivo. Un mundo que nos acompaña mientras exista en nosotros la ilusión infantil, la capacidad de admiración, síntomas inequívocos de que estamos auténticamente vivos.

Solo tendríamos que ponernos la mano en el pecho, atrasar unos años en nuestras vidas y ¿quién entre nosotros, está  en condiciones de negar que prestó su alma de niño a un caballo, a un león, a un toro? ¿Que se sintió pirata, caperucita, indio, romano, monja, tarzán, enfermera, y hasta camión con frenos hidráulicos… cualquier cosa, menos niños?

Y es que todos -desde el niño que sorprendía a los padres con aquello de que yo de mayor quiero ser mujer- llevamos, como pensantes que somos, la disconformidad a cuestas. Y en bromas nos vestimos de torero, de guardia, de cura, de rey… sin pensar siquiera que casi siempre coincide el disfraz con lo anhelado u odiado a partes iguales.

Pero sea como sea ejercer Carnaval es ejercer Libertad. Tener en unos días señalados la facultad de hacer cosas que rara vez podemos ejercer otros días del año, metidos como estamos en el corsé con el que la sociedad nos aprieta para que acabemos pareciéndonos lo menos posible a lo que somos: seres libres que tenemos la necesidad de experimentar el gozo de sentirnos como tales.
 
¿Hay mayor placer que tratar, amparado en tu disfraz, de pellizcar el carrillo de tu temido jefe?
¿Y el de dirigirte, aproximarte a la persona de tu interés, sin que la timidez te eche para atrás de un empujón?
¿Y el de mostrar, seguro y desinhibido tras el disfraz, tus dotes de actor, de bailarín, de humorista, ante el público?

 Como fiesta de la Libertad, el Carnaval es fiesta de todos y a todos está abierta. Solo una sola excepción, un único veto: no pueden participar en ella los que ya usan la careta todos los días del año, a no ser que lo hagan en comparsa con su cara de siempre, es decir: a careta descubierta, vestidos a rayas presidiarias y desfilando con las manos a la espalda y con las cabezas bajas en señal de arrepentimiento.

Así de generosos somos los carnavaleros. Y si somos generosos con estos, imagínense como lo seremos, con los que nos precedieron en ilusión, entrega y quehaceres en el carnaval virgitano; auténticos artífices de otros tiempos que podrían tener en Salvador Jiménez “El Granaíno” y Ángel Pérez “El Perrendino” sus mas claros exponentes, así como a tantos otros  que tuvieron la responsabilidad de mantener la fiesta en tiempos históricos nada fáciles, sorteando los obstáculos que constituían las prohibiciones y vetos de posguerra contra los que lucharon con el arma invencible de la crítica y de la ironía.
¿Y qué me dicen de Visita Arévalo?
A ellos quiero dedicar estas líneas de agradecimiento y respeto.

No puede haber quien se margine de esta fiesta, en la que no hace falta otra cosa que ganas de divertirse. Pocas cosas pueden ser tan asequibles, tan bonitas y a la par tan baratas, en relación como se dice ahora calidad/precio. Poco da tanta satisfacción por tan poco.

Y es que el Carnaval, encima es barato, sale económico. Podríamos decir que lo hay para todos los presupuesto. Del disfraz simple de aquella que salió a la calle con una sábana blanca con una pequeña abertura por donde salía el negro moño e iba tan pancha... ¡disfrazada de muela picá¡. Al atuendo recargao para convertirse en Luis XVI, o en dama de María Antonieta con pelucas, sedas, encajes, lazos, tafetanes y polisones con una arroba de farfolla y borra.

Que rujan los leones, mujan los toros, se caguen los toreros, anden, brazos sobre hombros, obispos y diablos, reyes y villanos, dancen las cubanitas, piten los guardias, canten las comparsas y, si lo exige el guión, hasta pueden empinar el codo. Todos, salvo el que vaya de camión de seis ejes, que ya hay que tenerlos para ir de lo que va y además beber y conducir con la que está cayendo.
Así es que todos a la calle. ¡Que Berja y la Alegría sean una misma cosa.

Antonio Campos Carrasco